Lo Sagrado y lo Profano


-Acaríciame.-le rogué- Como a un animal exótico y delicado.

Y él, sin acabar de creérselo, no atinaba a ponerme un dedo encima, con sus manos temblorosas, sus dedos sudados. Solo después de guiar sus manos sobre mi cuerpo, empezó, dudoso, a recorrer mis sinuosidades, muy suavemente, como si deslizara apenas una seda muy fina sobre mi piel, con un temor reverencial casi adoración.

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Y yo me puse a pensar qué es eso que ocurre en la mente de los hombres, cuando  la hembra deseada finalmente les dice Acaríciame, qué poder hay en esa palabra, capaz de hipnotizar y petrificar.

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Chavas: fajen, no amen


Porque sí, porque se lo merecen. Sentir su cuerpo, el de ustedes, a través de la mano de un hombre. Sentir que pueden conocer a un galán por la forma en que las toca, con ternura, con delicadeza, o de plano con pasión desmesurada, como ustedes quieran, pero siempre al gusto de ustedes.
Fajen, no amen. Amen si quieren, pero no se priven de fajar por no amar. Los hombres nunca lo hacemos. Fajamos, amemos o no, eso nunca será obstáculo.
Los hombres nos jactamos mucho de las mujeres a las que nos hemos acercado, de las mujeres que hemos besado, de aquellas a las que les hemos hecho el amor. Siempre exageramos la nota: si nos venimos una vez, decimos que fueron tres; si no nos pudimos venir decimos que por hueva lo hicimos una sola vez. Nos manchamos describiendo el cuerpo de las chavas: que si tiene un lunar en la nalga izquierda, que si hicimos trenzas con sus pelitos, que si tiene los pezones color de rosa… Mentira, la mayoría de las veces no tenemos ni la menor idea porque la chava no se desnudó, porque no nos dio chance de mirarla, porque apagó la luz.

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La Lección de Ingles (sí, sin acento)


Enseñaba inglés en un colegio particular, desde el insoportable pollito-chicken, gallina-hen de los párvulos, hasta preparación de exámenes de otros alumnos más exigentes, y es que, como teacher, tenía alumnos de todas las edades, aunque, como es de imaginarse, el grueso del estudiantado eran los púberes; y de todas las clases, niñas fresitas de la ley del menor esfuerzo, hijos de papi mimados, becados pobres, obreros que necesitan el papel, aunque de todos modos seguía siendo un  colegio caro.

Tenía un alumno (no recuerdo ni su nombre), particularmente desmadroso. Me caía muy bien, y de no haber sido la profesora, creo que hubiéramos sido los vándalos de la clase, mandados juntos a la dirección. Cierta vez, que estaba explicando las diferencias entre » his» y «hers» (posesivos del inglés), me preguntó, con total desenfado:

-Oiga Teacher, ¿y si es un homosexual?’– Quizá pensó que me turbaría o no sabría qué contestar.

Quizá ignoraba que en mi día, también fui estudiante, y joven, por lo que tuve la respuesta presta,  la irreverencia, a flor de labios:

-Si es activo, «his». Si es pasivo, entonces «hers».

La clase porrumpió en una sonora carcajada.

Como era de esperarse, a fin de semestre, destripó. Y como era de esperarse, fue a rogarme que le diera «otra oportunidad» a la sala de maestros, donde revisaba unos exámenes. Era la tarde de un viernes y no había nadie más, todos se habían fugado a la playita.

-¿Pero qué estás haciendo aquí? No puedes pasar….-recuerdo que le dije.

-Es que, necesito aprobar este semestre, no puedo decir en mi casa que troné-Dijo muy angustiado

Bueno, pues creo que eso lo hubieras pensado a mitad de semestre. Ya es muy tarde y ahora no puedo hacer nada por ti. Si me hubieras dicho, podía haberte dedicado más tiempo, quizá a domicilio y sin cobrarte nada…

-Pero es que si se enteran de que no ha servido la lana que han tirado en el curso…

-Pues sí que han tirado una lana, pero  total, tendrán que enterarse algún día. Si quieres, puedo hablar  con ellos, preparamos el examen y lo vuelves a presentar otro día…

No-me atajó- debe haber una manera. Aquí y ahora.– En este momento, su mirada cambió de la del colegial temeroso a las promesas del amante.- Me tomó la mano, y le dió un giro a la conversación:

-Usted es preciosa. Enseña y enseña muy bien, pero en este semestre no me ha enseñado más que las piernas, y quisiera ver más. Usted tiene la culpa de que no haya aprendido nada.

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Confesiones


La verdad sea dicha, lo que me gustó de ti fue tu pitote como pa tejerte un mameluco chico no muy grande,  con sus respectivos aguacatotes primera cosecha de Uruapan, y dejarte seco a base de lúbricos pepazos. Lo siento, no fueron ni tus ojos (que, por otra parte,  siempre me han parecido hermosos),  tu sentido del humor (por demás procaz e irreverente),  tus manotas y el buen chasis (para no caerme). O quizá la suma de todo ello, pero también (la verdad sea dicha),  y definitivamente, te ví el paquetote y dije: !No soy religiosa, pero Dios Mío, que pe-lo-to-tas!

Así lo sentí, pero lo supe aún mejor cuando las tuve en mis manos, entre mis senos, adentro de mi boca, y golpeando mis nalgas, el primer día en el cuartito de las computadoras. Entonces, tuve la epifanía de que serías mío ahí y para síempre, que no podrías dejarme jamás, que no podrías coger con nadie más, no por temor a alguna maldición de gitana que te provocara impotencia, sino un elíxir como el veneno que las esposas italianas dan en sus maridos en el desayuno, y si no vuelven en la noche a tomar en la cena el antídoto, lo pasan muy mal.

Solo que mi veneno no te hará daño inmediatamente, y sí podrías coger, pero con la diferencia (que no es poca cosa), que será inevitable para ti recordar los mutuos aprendizajes y descubrimientos, encuentros y desencuentros, y saber que, en ese momento, fui tuya por el sexo sí, pero también, porque fui la primera y última, y por ello, la más importante. Sentirás nostalgia, me pensarás. Y poco a poco irás perdiendo la erección sin quererlo.

Desde el principio (cómo no) supe que tendrás otras, más buenas quizá, pero no mejores. Porque te inicié en esto, porque me iniciaste en ello, porque nos graduamos el mismo día. Puede haberlas más chichonas, pero no que den más leche, reza el refrán. Y la verdad sea dicha, ni a vergazos me bajarás de mi pedestal.

No eras mío por la ley.

No eras mío por la sangre.

Serás mío por el sexo.

El mejor sexo de tu vida


Interesante trabajo de la agencia de publicidad MortierBrigade para una radio belga. Se trata de una guapa pareja de tortolitos meneándose al palpitante ritmo de N.E.R.D y Nelly Furtado; follando salvajemente gracias a las maravillosas ondas que emana la pequeña radio. Todo termina con la última nota de la canción, al descubrir que ni los guapos protagonistas son tan guapos ni el fornicio tan animal como parecía. Espero me perdonen por revelar el desenlace de este anuncio que la agencia tituló “el mejor sexo de tu vida”.

¿Quién se ha llevado mi porno?


Perdí mi porno goey. Y me siento fatal. Y la única persona que podía tener una copia creo que ya la borró (aunque me dijo que la iba a buscar). No, la película no es mía, vamos… no soy una de las «protas» (esas no las comparto, jiji). Ni se la pedí al camarógrafo/co-protagónico. Lo que pasa es que algún tiempo, un chavo que trabajaba aquí y yo fundamos un … club de , , llamémosle benévolamente «Apreciación del porno» (háganme el puto favor) , si es que puede existir tal cosa; pero muuy fresa. No, yo no iba a su casa a ver películas ni él a la mía, pero yo veía algunas (con mi chavo) y ya luego le pasaba el dato o se la prestaba (la película) para que la quemara, y así él también:

-Ah mira, pues te recomiendo una italiana, así y asá, etc. . .

y las comentábamos al día siguiente:

-No pus sí, él sí estaba en su papel, pero esos gemidos de ella sí estaban muuy sobreactuados.

o:

-Neeel, ese pitote es el más fake. Y no me gustan las mujeres taaan tuneadas . . .

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La contorsionista


Ahora que ya sabemos que el hermafroditismo es una aspiración inalcanzable, una quimera fraguada en las mitologías, nos queda, al menos, la figura de la contorsionista, esa mujer que, cuando le plazca, podrá darse placer a sí misma. Hace poco, en uno de esos espectáculos benéficos para tullidos y lisiados de guerra que el Gobierno organiza, vi actuar a la contorsionista Anaïs Deveraux (pero me temo que la elección del espectáculo encubriese una cierta mala leche por parte de los organizadores). Anaïs Deveraux era andrógina, deliberadamente andrógina, y muy elástica, por cierto. En la reseña biográfica de los programas de mano, se leía que Anaïs Deveraux, durante su infancia, había recibido clases de yoga de un monje tibetano, aprendizaje que completó con cursos de ballet, gimnasia sueca y acrobacias circenses. Anaïs Deveraux daba la impresión de ser una mujer invertebrada (o, al menos, de huesos tubulares), que se besaba, no ya la punta del pie, sino el talón de Aquiles, después de rodearse el tobillo con su cuello de garza.

Anaïs Deveraux actuaba con un tanga que apenas le tapaba la frontera entre las nalgas y el triángulo mínimo de un pubis también mínimo. A medida que el ambiente de la sala se iba calentando (éramos muchos los lisiados de guerra que enarbolábamos nuestras muletas o patas de palo, exigiendo números más retorcidos), Anaïs Deveraux ejecutaba contorsiones explícitamente sexuales. Primero se pasó el brazo derecho por atrás, para rascarse el sobaco izquierdo y pellizcarse el pezón correspondiente.

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